La universidad como institución de transmisión y producción
de conocimientos siempre fue un elemento central a la hora de pensar un proyecto de país. La
formación de los universitarios está íntimamente ligada a la proyección de un
modo de vida social, cultural, político y económico. Sin embargo, hoy en día, en Argentina y Latinoamérica se ven grandes desfasajes entre la universidad y su exterior, no sólo con respecto a los
gobiernos progresistas de la región sino también con grandes capas de la
sociedad.
Si bien se pudo
resolver el funcionamiento interno de las facultades a partir de la Reforma del
´18, todavía no se ha logrado la
conjunción entre los estudiantes y el pueblo, entre la producción de
conocimiento y las necesidades diarias de la población. En ese sentido, como afirma el sociólogo Juan
Carlos Portantiero en su libro Estudiantes y Política en América Latina,
“la ideología de la reforma no pudo llevar, en los hechos, la crítica de la
universidad mucho más allá del reclamo de una mayor democratización interna y
de autonomía frente al estado. La universidad que la reforma podía auspiciar se
limitaba a ser una ´isla democrática´”.
Deodoro Roca y la Federación Universitaria de Córdoba a
través de logros como la docencia libre, las cátedras paralelas, los concursos
públicos y el cogobierno ganaron su lucha contra la enseñanza clerical,
enquistada en la Universidad de Córdoba. Hoy en día el enemigo es otro, pero
igualmente aferrado a las estructuras universitarias: el neoliberalismo.
Cada tiempo político tuvo su idea de país y, con ello, su
tipo de universidad. En la actualidad, los proyectos de naciones que buscan
dejar atrás al neoliberalismo en su dimensión
económico-política, pero también cultural y educativa, tienen dificultades para que su mensaje
penetre en la mayoría de los estudiantes.
Así como la universidad de Córdoba de principios de siglo XX se puso en
consonancia con hechos políticos como la Revolución Rusa, la Revolución Mexicana
o el advenimiento democrático del radicalismo, las casas de altos estudios de
hoy deben entrar en sintonía con los procesos latinoamericanistas que se
esparcen por el continente.
El rol del universitario para construir una sociedad más
justa, que acerque la universidad al pueblo, es fundamental. La juventud
estudiantil debe ser la vanguardia que bregue por la igualdad. Porque como dijo el recordado presidente
chileno Salvador Allende, “para que termine esta realidad brutal que pesa sobre
nosotros se requiere un profesional comprometido con el cambio social”.
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